Por Cristina Bulacio para LA GACETA

La Alianza Francesa de Tucumán ha cumplido cien años. Con tal motivo, sus autoridades han resuelto conmemorar, una vez más, su aniversario, otorgándole a un importante intelectual de nuestro país, Santiago Kovadloff, la distinción Paul Groussac, quien fuera -como luego Borges- director de la Biblioteca Nacional. Con ese propósito deseo entablar un diálogo con Santiago, en LA GACETA Literaria, a fin de intercambiar ideas y experiencias en las que queden de manifiesto lo que estamos viviendo en estos momentos de nuestra realidad nacional, cultural y en particular, filosófica. Veremos que la Filosofía es –para los que nos dedicamos a ella- algo mucho más fuerte que una profesión; definitivamente, un modo de vida.

-¿Cuál es tu mirada sobre la situación política actual?

-Néstor Kirchner alcanzó la Presidencia de la Nación con escasísimo apoyo electoral pero con una larga y probada experiencia en el ejercicio provincial de su concepción del poder y en la administración del Estado santacruceño. Investido ya con los atributos de la primera magistratura nacional, se empeñó en desplegar esa experiencia en todo el país. Supo imponerla en la mayoría de las provincias. Nada ni nadie lo detuvo. En pocos años hizo de la Argentina un reflejo de lo que había hecho de Santa Cruz y de su desprecio personal por el republicanismo.

Javier Milei, en cambio, alcanzó la Presidencia de la Nación con un altísimo nivel de popularidad pero sin ninguna experiencia política previa. Esa asimetría está a la vista en el comportamiento de su gestión al frente del poder. A nadie se le escapan las vacilaciones y tropiezos políticos del oficialismo. Vacilaciones y tropiezos que se traducen en la implosión continua de los equipos ministeriales o en la resistencia del Presidente a admitir la existencia de un pensamiento opositor no comprometido con la corrupción. Basta observar el proceder del Presidente en el orden macroeconómico para advertir en qué áreas actúa con decisión y criterio a diferencia de aquellas donde lo hace con patéticas contradicciones y aun con insensibilidad y estrechez de miras, como lo hace en el caso de su hostilidad al periodismo crítico o mediante su apoyo ciego al juez Ariel Lijo.

Néstor Kirchner hizo rápida y eficazmente todo lo que consideró indispensable para ampliar sus niveles de representación social. Capitalizó las frustraciones y los ideales de una izquierda deshilachada e impuso un liderazgo que estaba perdido a un peronismo amorfo mientras las circunstancias lo favorecían económicamente en sus iniciativas populistas y convertía al Estado en su casa matriz.

Javier Milei viene haciendo todo lo que sabe para que no pierda espesor el volumen de apoyo electoral que conquistó en las elecciones del año pasado. Pero si es evidente que se empeña en hacer lo que sabe no menos evidente es que le cuesta aprender lo que desconoce. Aun así, hay que decir a su favor que el reposicionamiento de Guillermo Francos le ha permitido delegar en manos experimentadas lo que en las suyas carecía de dirección. Es un gesto de sensatez que cabe reconocerle.

Por último: Néstor Kirchner contó con tiempo a favor y suficiente olfato político como para terminar convirtiéndose, rápidamente y en todo el país, en lo que durante muchos años solo fue en una pequeña provincia: un caudillo.

Javier Milei corre contra el tiempo. La frustración colectiva que le dio vida superlativa como referente social aún confía en él, tal es la magnitud del desencanto y el rechazo sembrados por el kirchnerismo. Pero a nadie que tenga los ojos abiertos se le escapa que va en aumento la angustia y con ella la necesidad de respuestas por parte de quienes esperan mucho más que una indemnización en lo económico, en lo político, en la salud y en educación.

-Nuestra juventud ha cambiado profundamente por razones sociológicas y tecnológicas en los tiempos que corren. ¿Cómo ves el asunto de la IA? ¿Se podrá manejar con solvencia en lo educativo o en la vida diaria o terminaremos en un fracaso?

-El peligro que la Inteligencia Artificial entraña no proviene de su creación, que es algo formidable, sino de su idolatría, en la que pueden caer quienes la utilizan. Los dilemas fundamentales de la existencia se derivan de un hecho primordial en el que pocas veces se piensa: el hombre es una pregunta sin respuesta. De ese hecho primordial tratan de escapar todos los idólatras.

-¿A qué aspiramos con la Inteligencia Artificial, entonces?

-También yo me lo pregunto. ¿A simplificar más y más nuestros problemas objetivos o a ahogar mediante su empleo nuestra complejidad subjetiva?

Nuestro sentimiento del tiempo como seres condenados a la finitud, nuestra vivencia de la realidad como aquello que no se agota en la vida consciente ni en la posibilidad de fijar nuestra identidad en una definición, no son sino tres, solo tres, de las evidencias de que el saber objetivo puede y debe aportar soluciones sin que ello implique que nosotros como especie tengamos solución.

La inteligencia artificial no conocerá jamás el sufrimiento, el júbilo, la angustia. No tiene ni tendrá́ acceso a la vivencia del deseo. Cuatro ingredientes constitutivos de nuestra idiosincrasia que resultan indelegables porque no son cosas que el hombre “tiene” sino fuerzas que “tienen” al hombre. No le pidamos peras al olmo y preguntémonos mejor por qué se las pedimos sin cesar. Sugiero volver a Isaías, 44:9. El hombre es un ser inconcluso. Es “en falta”. Toda vez que se pretende desconocer esta situación ontológica primordial, caemos en la idolatría, en la ideología, en la tecnolatría.

-Quizás la pregunta más importante de este diálogo dice: ¿Cómo fue y es todavía tu íntima y compleja relación con la Filosofía... o más fuerte todavía; con la Metafísica?

-Convencionalmente entendida, la metafísica es una propuesta esencialista de la verdad y, en última instancia, de lo real. Una fuga del pensamiento, si se quiere, hacia la sacralización de lo Inmóvil, de lo Eterno, de lo Invulnerable a los imperativos del tiempo y el cambio. Pero también puede emplearse legítimamente ese término -metafísica-, para designar lo que está más allá de la obviedad, del prejuicio; para nombrar lo que desbarata las imposiciones de la costumbre y todo aquello que la costumbre inscribe en un trato abusivamente familiar, es decir ese rígido empeño puesto en verlo todo siempre del mismo modo.

Así entendida, la metafísica es vivencia renovadora, liberadora. Ya no remite a un pensamiento sustancial ni de intención sistemática subordinado a los principios de la lógica formal o de la lógica dialéctica.

En esta acepción revitalizada y revitalizadora, el término metafísica designa un posicionamiento subjetivo -y es el mío-, dinámico, abierto a las enseñanzas del asombro, a la finitud personal que obra en nosotros mientras vivimos y a esa relación amorosa entre las palabras y las cosas que no termina nunca de consumarse en un encuentro suficiente, definitivo. En este segundo caso, la sensibilidad metafísica es expresión de autonomía espiritual, de sensibilidad crítica y autocrítica y de vigilia constante. De filosofía, en suma, en su sentido cabal.

 -Prosigamos con el mismo tema…

-Si así la concebimos, la metafísica guarda parentesco medular con la poesía y aun con la ciencia en sus expresiones especulativas máximas como lo son la física y la astronomía. ¿Por qué? Pues porque lo común a todas ellas es el ensanchar incesantemente el campo de lo indiscernible mediante el encuentro con lo discernible. Y en esa apertura, la imponderabilidad de lo real reconquistada como evidencia por el saber, irrumpe la belleza como enigma, como revelación, como fulguración.

Tan cierto como que la filosofía busca la verdad es que no termina de encontrarla. Y en esa perseverancia sin descanso ni arribo, ella, la filosofía, se nos revela mucho más por su anhelo de saber que por lograr lo que anhela. Su encuentro primordial no es con la verdad sino con lo que la verdad tiene de evasiva, de ambigua y renuente. Y en ese espléndido “fracaso” entronca con la ciencia y la poesía.

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PERFIL

Santiago Kovadloff nació en Buenos Aires, en 1942. Es ensayista, poeta y traductor. Se graduó en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Es profesor honorario de la Universidad Autónoma de Madrid, doctor honoris causa por la UCES y miembro del Comité Académico de la Universidad Ben-Gurion, Israel. También es miembro correspondiente de la Real Academia Española y miembro de número de la Academia Argentina de Letras y la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.